La muerte de un perro
La muerte de un perro
El otro día, Esther, en su post, hablaba del sonido de las patas de un perro tras su muerte. Eso me recordó al último capítulo ("Fidelidad y muerte") de "Cuando el hombre encontró al perro", de Konrad Lorenz. Os pongo aquí unos fragmentos:
“Cuando Dios creó el mundo, debió tener motivos inescrutables para asignar al perro una vida cinco veces más corta que la de su amo... En este punto uno se tendría que preguntar si es acertado entregar una parte del propio corazón a una criatura que caerá en la vejez y en la muerte antes de que un ser humano, nacido el mismo día, apenas si puede decirse que ha abandonado la infancia. Es una advertencia bien triste respecto a la caducidad de la vida ver cómo el perro que se ha conocido pocos años antes –que más bien parecen meses—en forma de cachorro gracioso y juguetón, comienza a mostrar los síntomas de la vejez y se sabe que al cabo de dos años, tres como máximo, tendrá que morir. Confieso que ver envejecer a un perro al que quiero siempre ha arrojado una sombra sobre mi ánimo...
A esto hay que añadir las duras luchas interiores que todo amo ha de superar cuando, al final, el perro cae presa de una enfermedad senil incurable y surge el problema tristísimo de si ha de hacerle el último favor de procurarle una muerte sin dolor... Por ello, no puedo reprochar a aquellas personas sensibles que no quieren saber nada de perros por pensar en el dolor que les producirá su irremisible muerte.
Pero, pensándolo bien, tengo que enfadarme con ellas. En la vida humana, un destino fatal nos enseña que hay que pagar cada alegría con un tributo de dolor, y al individuo que se prohíbe a sí mismo las pocas alegrías lícitas y éticamente correctas de la existencia por temor a tener que saldar la cuenta que el destino le presentará tarde o temprano, no puedo considerarlo sino un ser pobre y mezquino...
Ciertamente la muerte de un perro fiel que nos ha acompañado durante quince años de nuestra vida es origen de un gran dolor, tan grande, casi, como la pérdida de una persona amada. Pero en un punto muy importante resulta más fácil de soportar que ésta: el lugar que la persona amada ha ocupado en nuestra vida permanece vacío para siempre, mientras que el del perro puede ser ocupado de nuevo... Si , a la muerte de un perro, se adquiere en seguida un cachorro de la misma raza, en la mayoría de los casos se irá apoderando poco a poco de nuestro corazón y nuestra vida, del sitio que la desaparición del viejo amigo había dejado desgraciadamente vacío.
Puede ocurrir incluso que este consuelo surta un efecto tan rápido y completo que nos haga sentir un poco de vergüenza por nuestra infidelidad al amigo desaparecido. Una vez más, aquí el perro es más fiel que el hombre. Si hubiera muerto su amo, con toda seguridad que, al menos durante seis meses, el animal no habría encontrado un sustituto que lo consolara...
Un día, mi viejo Bully quedó tendido, como fulminado, sobre su sendero de guerra... Yo tenía entonces diecisiete años, y la muerte de Bully había sido la primera pérdida de un perro que sufría. No encuentro palabras para describir la pena que me produjo la desaparición de aquel perro. Había sido mi compañero inseparable, y el ritmo renqueante de su trote había llegado a identificarse con el ruido de mis pasos de tal forma, que ya no oía su ruidoroso trotar ni el jadeo que le acompañaba. Cuando le perdí, no dejaba de echarle de menos... Haber oído durante años enteros el paso del perro que me seguía pegado a los talones había dejado en mi cerebro una impresión tan indeleble que, incluso al cabo de unas semanas de su muerte, le oía realmente, con toda claridad, trotar detrás de mí... Sólo cuando Tito, que por aquel entonces era una perrita joven, graciosa y atrevida, empezó a seguirme, se esfumó para siempre el espítiru de Bully, el renqueante fantasma canino...
Cuando ahora mi perra me sigue pegada a los talones por silenciosos senderos a través de los prados, por carreteras polvorientas o por las calles de la ciudad, con todos los sentidos atentos para no perderme, ella es todos los perros que han caminado pegados a los talones de su amo, desde el día en que el primer chacal dorado comenzó a hacerlo: ¡una suma incalculable de amor y fidelidad!”
“Cuando Dios creó el mundo, debió tener motivos inescrutables para asignar al perro una vida cinco veces más corta que la de su amo... En este punto uno se tendría que preguntar si es acertado entregar una parte del propio corazón a una criatura que caerá en la vejez y en la muerte antes de que un ser humano, nacido el mismo día, apenas si puede decirse que ha abandonado la infancia. Es una advertencia bien triste respecto a la caducidad de la vida ver cómo el perro que se ha conocido pocos años antes –que más bien parecen meses—en forma de cachorro gracioso y juguetón, comienza a mostrar los síntomas de la vejez y se sabe que al cabo de dos años, tres como máximo, tendrá que morir. Confieso que ver envejecer a un perro al que quiero siempre ha arrojado una sombra sobre mi ánimo...
A esto hay que añadir las duras luchas interiores que todo amo ha de superar cuando, al final, el perro cae presa de una enfermedad senil incurable y surge el problema tristísimo de si ha de hacerle el último favor de procurarle una muerte sin dolor... Por ello, no puedo reprochar a aquellas personas sensibles que no quieren saber nada de perros por pensar en el dolor que les producirá su irremisible muerte.
Pero, pensándolo bien, tengo que enfadarme con ellas. En la vida humana, un destino fatal nos enseña que hay que pagar cada alegría con un tributo de dolor, y al individuo que se prohíbe a sí mismo las pocas alegrías lícitas y éticamente correctas de la existencia por temor a tener que saldar la cuenta que el destino le presentará tarde o temprano, no puedo considerarlo sino un ser pobre y mezquino...
Ciertamente la muerte de un perro fiel que nos ha acompañado durante quince años de nuestra vida es origen de un gran dolor, tan grande, casi, como la pérdida de una persona amada. Pero en un punto muy importante resulta más fácil de soportar que ésta: el lugar que la persona amada ha ocupado en nuestra vida permanece vacío para siempre, mientras que el del perro puede ser ocupado de nuevo... Si , a la muerte de un perro, se adquiere en seguida un cachorro de la misma raza, en la mayoría de los casos se irá apoderando poco a poco de nuestro corazón y nuestra vida, del sitio que la desaparición del viejo amigo había dejado desgraciadamente vacío.
Puede ocurrir incluso que este consuelo surta un efecto tan rápido y completo que nos haga sentir un poco de vergüenza por nuestra infidelidad al amigo desaparecido. Una vez más, aquí el perro es más fiel que el hombre. Si hubiera muerto su amo, con toda seguridad que, al menos durante seis meses, el animal no habría encontrado un sustituto que lo consolara...
Un día, mi viejo Bully quedó tendido, como fulminado, sobre su sendero de guerra... Yo tenía entonces diecisiete años, y la muerte de Bully había sido la primera pérdida de un perro que sufría. No encuentro palabras para describir la pena que me produjo la desaparición de aquel perro. Había sido mi compañero inseparable, y el ritmo renqueante de su trote había llegado a identificarse con el ruido de mis pasos de tal forma, que ya no oía su ruidoroso trotar ni el jadeo que le acompañaba. Cuando le perdí, no dejaba de echarle de menos... Haber oído durante años enteros el paso del perro que me seguía pegado a los talones había dejado en mi cerebro una impresión tan indeleble que, incluso al cabo de unas semanas de su muerte, le oía realmente, con toda claridad, trotar detrás de mí... Sólo cuando Tito, que por aquel entonces era una perrita joven, graciosa y atrevida, empezó a seguirme, se esfumó para siempre el espítiru de Bully, el renqueante fantasma canino...
Cuando ahora mi perra me sigue pegada a los talones por silenciosos senderos a través de los prados, por carreteras polvorientas o por las calles de la ciudad, con todos los sentidos atentos para no perderme, ella es todos los perros que han caminado pegados a los talones de su amo, desde el día en que el primer chacal dorado comenzó a hacerlo: ¡una suma incalculable de amor y fidelidad!”
Última edición por Monte el Mié Ene 28, 2009 12:54 am, editado 1 vez en total.
"Si a tu perro no le gusta una persona, probablemente a ti tampoco debería gustarte."
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Joer, Monte. No leo nunca el foro Arco Iris porqué acabo llorando siempre pero este lo he leído y es precioso y, ademas, ¡ cuanta razón tiene !
Él es tu amigo, tu compañero, tu defensor, tu perro. Tú eres su vida, su amor, su líder. Él será tuyo siempre, fiel y sincero, hasta el último latido de su corazón. A él le debes ser merecedor de tal devoción
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